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Esta historia es verdadera y le fue relatada por "Mariela" a Andrea D’Atri. Ocurrió en una fábrica de chocolates de una marca muy prestigiosa. Los nombres de las obreras y algunas circunstancias fueron modificadas para preservar la seguridad de las jóvenes.
Para aquellas que, como Mariela, decidieron luchar y luchan para transformar este mundo, a todas ellas...muy feliz dia
23 de april del 2004
Chocolate Amargo
Andrea D’Atri
Mariela vivía en el Gran Buenos Aires. Desde hacía muchos meses que no conseguía trabajo y la situación era insostenible. Dos amigas que vivían en la Capital le propusieron que viniera a probar suerte, que compartirían el departamento y que "la aguantarían" hasta que consiguiera trabajo.
Mariela no pudo creer que, tan rápidamente, la llamaran de la famosa fábrica de chocolates. En pocos días estaba empacando golosinas durante 12 horas, incluyendo sábados y feriados. Pero estaba feliz porque tenía un trabajo y podía empezar a pagar las deudas que había contraído en los meses anteriores.
Cuando tuvo más confianza con sus compañeras de trabajo le preguntó a Daniela, que estaba en producción: -Decíme ¿cómo se hace el chocolate?.
Daniela respondió: -Con sangre, sudor y lágrimas.
Para Mariela fue una frase hecha. Sonrió y volvió a insistir: -Dále, no seas tonta, decíme en serio.
– Con sangre, sudor y lágrimas. ¿Te explico?
– Sangre
Daniela comenzó su relato.
Con sangre, porque cuando preparamos los alfajores, hay que poner la masa en una bandeja de la máquina, sobre la cual martilla un cilindro con borde filoso que corta las tapas. Hay que cortar y sacar, cortar y sacar. La vista y las manos deben trabajar coordinadamente y a toda velocidad, para sacar la tapa redonda del alfajor en la milésima de segundo que la máquina sube y vuelve a bajar para cortar la siguiente tapa. Pero el capataz hace funcionar las máquinas a toda velocidad para que hagamos más alfajores en el mismo tiempo. Es que para los patrones, la ganancia nunca es suficiente. Pero parece que a nosotras, nos sobraran los dedos, porque a nadie le importan las mutilaciones que sufrimos cotidianamente. Hay compañeras que han perdido falanges completas, otras que tenemos cortes en las manos, permanentemente. La sangre sale como un chorro y se oye un grito. Las máquinas se paran, pero ya es tarde. Las golosinas se hacen con sangre, con nuestra sangre.
– Sudor
Mariela entendió, entonces, que el sacrificio era enorme. Y entonces le dijo: -Sí, el chocolate se hace con el sudor de nuestra frente. Ahora puedo entenderlo.
No, no me refería al cansancio. Además de estar paradas junto a las máquinas por 12 horas, el sector donde se funde el chocolate es como una enorme caldera. Allí están las compañeras que deben revolver los grandes recipientes, en un sector cerrado, con ventilación escasa. En el verano es algo peor que el infierno, no se puede respirar. Las quemaduras, la baja presión, el agotamiento extremo... el chocolate se hace con sudor, con nuestro sudor. Me refería a eso.
– Lágrimas
¿Y las lágrimas?
Las lágrimas son las que estrujamos en nuestras gargantas. La mayoría de las compañeras de la fábrica, como ya pudiste observar, somos jóvenes. Lo que no sabés es que, también la mayoría somos madres, muchas de nosotras somos madres solteras. Si podemos aguantar este calor, el ritmo de la producción, la prepotencia del capataz, los abusos de la patronal es porque debemos darle de comer a nuestros hijos. Aquí estamos, haciendo golosinas para los chicos cuyas madres pueden gastar unos pesos en chocolates y alfajores, mientras nuestros hijos permanecen en casa, cuidados por nuestras madres y vecinas, comiendo lo justo y vistiendo con la ropa de los primos que ya crecieron y no la usan más. Muchas veces llegamos a casa y ellos están durmiendo. Los amamos y no podemos compartir con ellos los juegos de su infancia, las tareas que traen de la escuela, ni siquiera un paseo o un chocolate.
Mariela ya no podía seguir escuchando. La sangre le hervía de bronca y ese calor que le subía por la cara y por los brazos transformaba cada gota de sudor en una partícula de odio contra tanta injusticia. Daniela le tuvo que secar las lágrimas con la manga del guardapolvo. Mariela pensó, en silencio, que la vida no valía la pena ser vivida sino era para luchar por transformar este mundo donde para ella y millones de mujeres como ella, el chocolate siempre tendrá, inevitablemente, un sabor amargo.