Opinión
Perón 990, donde se adormecen los derechos obreros
por Matías Aufieri, abogado del CeProDH//
La fila sale a la calle y no baja nunca de 50 personas. Cualquier ajeno al tema pensaría que allí adentro ofrecen trabajo. Nada más lejano: allí tramitan muchos de los juicios laborales que se ven obligados a iniciar aquellos trabajadores que precisamente se quedan sin trabajo. La hilera interminable la viven a diario quienes siguen los expedientes que se marchitan, junto a las necesidades obreras, a lo largo de once pisos atestados de laburantes en juicio, acompañantes, sus abogados, cuervos al servicio de las empresas, y trabajadores de más de veinte juzgados.
por Matías Aufieri, abogado del CeProDH
La fila sale a la calle y no baja nunca de 50 personas. Cualquier ajeno al tema pensaría que allí adentro ofrecen trabajo. Nada más lejano: allí tramitan muchos de los juicios laborales que se ven obligados a iniciar aquellos trabajadores que precisamente se quedan sin trabajo. La hilera interminable la viven a diario quienes siguen los expedientes que se marchitan, junto a las necesidades obreras, a lo largo de once pisos atestados de laburantes en juicio, acompañantes, sus abogados, cuervos al servicio de las empresas, y trabajadores de más de veinte juzgados.
La organización de la justicia capitalista es penosa, y más aún cuando el que la "espera" es un explotado. Lo es también para los empleados judiciales que intentan hacer magia con cientos de expedientes entre unas pocas manos. Una sencilla comprobación de la crisis económica, es el hecho que cada vez son más las demandas en curso, y también las colas y la espera relativa a cualquier reclamo obrero. Tan crudo y simple como que la cantidad de despidos va por el ascensor, mientras la resolución de los reclamos va por la escalera y de rodillas.
Si de ascensor hablamos, los que forman la hilera que espera por él y que sale por Perón hacia Suipacha, lo esperan veinte, treinta minutos hasta poder abordarlo. Otras veces abandonan antes y dejan ese expediente para mejor oportunidad: “otro día arranco por este juzgado. A las 7.30 no habrá tanta gente como ahora”, se va pensando el que huye raudamente.
Quien lo intenta de todos modos, si le da el físico seguramente terminará llegando por las estrechas y repletas escaleras hasta el juzgado en cuestión, y hará otra fila para apenas preguntar si alguien de adentro del juzgado recuerda haber visto con vida a su expediente. Presenciará peleas, llantos, impotencia de quien hace meses no tiene novedades de su juicio...insultos a los trabajadores de la mesa de entradas…cara de póquer de alguno de éstos, una réplica de algún otro que no acepta el maltrato…una escena de “Relatos Salvajes” a cada instante. Entonces el que aún espera, querrá aprovechar el tiempo usando su celular para lo que sea, pero la conclusión es rotunda: en Perón el tiempo se pierde o se pierde, igual que la señal de la telefonía celular. Como en una cinta de Moebius, entrar a ese edificio es pasar a otra dimensión, a un túnel del tiempo (perdido).
“Está a despacho” nos devuelven una vez más cuando preguntamos por ese expediente que tiene esperando a dos activistas despedidos desde hace un año. Tuvieron la “fortuna” de que les concedieron una medida cautelar para que vuelvan a su puesto de trabajo mientras transcurre el juicio por reinstalación, porque a todas luces ya se reconoce que sus despidos fueron discriminatorios. ¿La forma de concretar esa reinstalación, después de mucho insistir mediante escritos? Un “oficial de justicia” va a la empresa con la resolución judicial y la patronal le dirá a los trabajadores y a aquel, que va a seguir sin permitirles el ingreso. Sabe que no tiene un gran costo: al cabo de un año el juzgado ni siquiera le llegará a ejecutar multas por el incumplimiento y los trabajadores más tarde o más temprano se irán buscando otro laburo porque no tienen para que coma su familia ni para el alquiler. Salvo, claro, en casos donde la organización de éstos es ejemplar y se anticipa a las patronales. Esos son los pequeños grandes triunfos que disfrutamos junto a nuestra clase los revolucionarios que militamos desde la abogacía, en camino a cambiar el sistema de raíz por otro sin explotadores ni explotados.
El “está a despacho” o “está a la firma” se puede llegar a escuchar a lo largo de meses, cuando en realidad no se despacha ni se firma nada porque nada nuevo tuvo lugar. No sólo en los laborales de Perón, lo mismo oímos cuando los obreros víctimas de una quiebra fraudulenta bregan por cobrar sus sueldos en un Juzgado Comercial, o cuando perseguimos en los juzgados federales a represores que combaten a palazos e infiltraciones las medidas de lucha en las calles. Es la encerrona donde, adrede, se intenta poner a dormir los sueños, las necesidades, o la rebeldía (o todo a la vez) de los obreros que enfrentan a las patronales y a su Estado. Es un curso veloz donde los trabajadores aprenden que la legalidad de este sistema no está de su lado. Tras experiencias tan usuales como éstas, la clase trabajadora no puede sacar otra conclusión que no sea la justeza y legitimidad que tiene la lucha de trabajadores como los de Lear, los de Donnelley, y tantos otros que se organizan colectivamente, en las calles, en las fábricas, y con toda el tiempo posible previo a tener que empezar a recorrer juzgados, para eventualmente llegar a éstos con una relación de fuerzas que realmente se parezca más a “justicia”, la misma que no se encuentra en lugares como Perón sino en la organización de su clase.
Nota publicada enhttp://laizquierdadiario.com/Peron-990-donde-se-adormecen-los-derechos-obreros
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